Ah! sí, has pisado el epicentro de tu nombre
en el lugar en el que no puedes vivir.
Y, sin embargo, el viento gira igual,
la luz viaja lenta hasta ti,
en los atardeceres de febrero,
un olor a salitre llega del sur
lo mismo que un aroma blando
en la piel oscura.
Pero no,
pero no vive aquí el maquillaje de tus sueños
ni la infantil ternura de verte en un cristal
cuando te alejas, ni esa voz,
quizá música, que acompaña cada matiz
de tu ausencia.
Esta ciudad tiene un corazón amargo,
lo sé porque no hay sonidos
en la memoria de mi ayer
y las dormidas plazas no anuncian regresos
en la noche de la aurora.
Han cambiado las nubes,
su reflejo es igual a un abrazo,
su algodón detiene la lluvia
antes de que mi estatura invoque el asombro.
Nada queda de los pómulos
que inventaron luces de ámbar.
No importa que los dibujos de los empedrados
ya no persigan mi huella,
no importa que sea un extraño
entre las lunas de escaparates ambiguos,
un traidor sin patria.
Te veo y te veo
aunque las calles nieguen el artificio
de un cuerpo que divide en metáforas
la sed que fuimos,
el canto que asombra a los árboles que ya no existen,
el misterio que fue instante o eternidad.
¿También lo recuerdas tú?
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