"Berta sostenía un cigarrillo entre el dedo índice y el corazón de su mano derecha. Su muñeca se apoyaba mansamente sobre la mesa forrada de hule; llevaba así cinco minutos, mirando como se consumía: dio una primera calada profunda, y después la brasa enrojeció todavía un instante para convertirse en ceniza que avanzó todo a lo largo del cilindro, pausadamente, ganando terreno, aproximándose a los dedos nudosos como si les fuera a dar un beso. Berta no movió un músculo cuando notó la quemazón, en realidad era lo que estaba esperando desde hacia cuatro minutos y medio, desde que comprendió que tenia que aprender a aguantar el dolor de una vez, porque ya era hora se dijo, porque a los treinta y dos años no se podía andar con remilgos como si fuera una adolescente que cree en cuentos de hadas, porque estaba sola y la soledad duele más que un millón de brasas asesinas".
Impecable. Enhorabuena, Ramón.
ResponderEliminarSalud.
Muchas gracias, Julio. Un abrazo.
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