lunes, 12 de septiembre de 2016
"Cursé mis estudios universitarios en Santiago y en aquella ciudad de piedra y agua fui feliz. Ahora lo sé. Tenia ilusiones como cualquier otro joven. Tenía amigos que compartían una forma de vida abierta y sin compromisos. Allí idealicé todo: mi pasado, mi presente y mi futuro. Estudié poco, viví lo que pude, dejé que el tiempo me llevara a su guarida engañosa, y busqué el amor en los ojos cómplices de una compañera ausente. Cada día lo sentía como un privilegio, ya que nada se repetía, o eso creía yo en mi ingenua visión de las cosas que nunca me parecían iguales, aún cuando los gestos , los modos y los lugares fueran los mismos que los de ayer o los de mañana. Tal vez era yo el que cambiaba a cada momento, virgen de experiencias, viviendo entre la realidad y la ficción, creyendo en ideas y sentimientos que solo tenían sentido en los libros; y como yo, los otros, aquellos que sumaban sus vivencias a las mías; mis familiares: próximos pero extraños, queridos y ajenos, figuras poliédricas de múltiples caras que se anulaban hasta el infinito; mis amigos: escépticos, soñadores, visionarios. Me pregunto si aquello sirvió para algo, si los juegos solo fueron juegos, si no fue únicamente la necesidad lo que nos unió para finalmente extinguirse como si nada hubiera existido".
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