En la edad adulta los sonidos envejecen,
el antiguo reloj, los pasos levemente sonoros
en los pasillos de mármol, una voz tras otra voz
solo inscritas en la memoria.
¿Hasta dónde quiero hoy invocar la luz?
Serpentinas en el aire,
claridad en los zócalos,
un cristal que recoge en su seno
toda la lujuria de una primavera voraz.
Y el estallido de los objetos
a los que nadie hace caso:
la plata que es relámpago,
la porcelana y su vientre azul,
el tafilete en los guantes
como un huella arcaica de otro siglo
o sueño.
Hay mariposas que no vuelan
cuando un rayo fósil ilumina los rincones
donde los libros piensan su dulzura
o los ancianos eclipses de un cigarrillo
dejan en la sombra huellas de adolescencia,
un secreto en los labios.
Otras veces, cuando la noche se agacha,
brillan las luces en mi hombro
y camino hacia el sol que no existe
y quiero ser el alma
que nunca se ha marchado de un ayer sin oráculos.
Toda la presencia que los murciélagos anuncian
con el aleteo gris de sus alas
está en mí o en ti
cuando, al fin, somos recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario