sábado, 10 de septiembre de 2016

El niño ante el espejo

Qué recuerdo sino la luz.

Una claridad de nubes
(hiperbórea, celeste, ambigua).

El espacio donde el yo es un átomo
y la duda vuela sobre los altares de las horas.

El tiempo dormita en esquinas rojas,
cuadros que se mueven,
arañas en los caireles
como sorprendidas musas del fragor.

Y un enigma
que recupera los bordes de esa fuente de porcelana
donde los jardines mueren
y no hay espectros
voces que amar.

¿Y los sonidos,
es que acaso su soledad no parece un ardid,
la dimensión de unos espejos
que repiten las mañanas blancas?

Tú me preguntas si está allí el niño que no conocía el futuro,
sí,
su voz se agrieta
cuando los muros no responden a la sinfonía de los ecos,
a la trampa gris del ayer.

No volverá la magia de unas pisadas,
tampoco el episodio diario de un mensaje que no llega.

Detrás de las ventanas
el tiempo imagina una noche eterna,
de un día a otro nada cambia
hasta que no eres tú el que ve
sino el que sueña,
hasta que las heridas se escriben en tu piel
como tatuajes vespertinos,
hasta que en el crepúsculo alguien diga
que ya está bien,
que la muerte es la única respuesta al olvido.

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