No es una mano que cae. Sus nervaduras
fueron ríos, sus lóbulos planetas de una
constelación no nombrada. El verde, el
morado, el rojo de la plenitud, la tibieza
de su piel, la semilla de un germen: he ahí
la memoria de la tierra. El don que acicala
los labios y convierte la sed en risa; tu rostro
en el cristal de esta copa que se eleva virgen
hacia la locura del éxtasis.
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