Es como abrir
un manantial que no cesa.
La visión de un cuerpo,
el lazo de la palabra,
la comunión de los ojos en la aventura,
el sinsabor de las horas muertas,
los espejos que no creen
en la virtud amable del hastío.
Hay zarcillos que nunca se ven,
aros imperceptibles,
miradas que deshabitan
el silencio del adiós.
Basta con que las sombras
aprendan a caminar juntas
igual que un recorrido por cumplir
o un misterio
que solo dos labios
saben pronunciar tras el eclipse de un rumor.
¿Qué somos? ¿una cruz
sin el álgido vaivén del abrazo,
un pilar que desdobla sus aristas de piedra
hasta un beso de eternidad?
¿Quizá la insolencia de compartir lo único?
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