Es un río que recorre el mapa de mi piel,
un acento carmesí en la escritura de mi cuerpo,
la flor de la herida que late en lo más hondo
sin que pueda silenciar su raíz quemada
por el rayo de la fatalidad, la miro como se mira
a un párpado viejo que no puede abrir sus pestañas
a la luz, no sé dibujar su perfil en los espejos ni quitarme
su máscara pegada a mí lo mismo que una sombra triste.
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