Te doy el lado blanco de mi alma, la espiga madura de mi trigal,
el óbolo de un amor que no se mira en los espejos, la sonrisa
que, como un pájaro, parte de mis labios a los tuyos;
te doy el silencio para que en ti crezca el libre albedrío,
la bondad del pensamiento que es agua fértil en los recovecos
de los años; te doy el portal de mi casa para que entres a la luz
que, débilmente, ilumina el transcurrir de mis horas; te doy
la llave de un tesoro que no deslumbra con destellos de plata,
es tan solo un corazón que, igual que un ángel, se conmueve
con quien sufre por las penurias del tiempo y de la vida.
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