Desvelado, con el voraz aliento que persigue el rumor de las costillas,
la respiración implícita del que vuelve a sí en un retorno de espiral,
laberinto insomne tu coraza de carne frágil, el sitio donde la luna ríe
y los cometas son de papel rojo, el ensimismamiento de quien buscó
la ternura en los pétalos de la quietud y el soliloquio que no ha visto
crecer la palabra entre bocas que silban la metamorfosis del alba;
en ti la savia circular que seduce al cielo de los niños porque
eres temblor de infancia y ademán de príncipe, eres la duda
que resbala por los corredores de la sangre hasta el pozo del silencio;
vas al óbice y al páramo del que cubre las horas de ceniza, y llegas
al fruto como llega el río a su delta de desamor; y en el camino
la ciudad que fue miel de cálices, el pretérito con sus vagones
negros, la fugaz ilusión columpiándose en un jardín de oro,
ese vicio de los pasos en soledad que muere en el cristal,
el carmesí del orgullo al aire, sin hallar una voz amiga donde
escuches batir las olas que acompañan al náufrago y su locura.
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