Casi noche
la sombra entreabre tu puerta,
disminuye
la claridad como si un velo,
una leve
lámina o un vaporoso encaje
cubriera de
penumbra el acto más íntimo.
Es la hora
en la que das aire a tus cabellos,
cardas los
brillantes hilos, amorosamente,
porque tú
eres tu propia muñeca sin edad,
la que
cuidas cuidándote, una extensión de ti
que yo
admiro como se admira un cuadro
-impasible el
óleo ante la fugacidad del tiempo,
impasible
tú en la dinámica de quererte-;
y aunque tu
mirada, tus manos, tu cabeza,
tu cuerpo
entero, me digan que eres mujer viva,
yo te
inmortalizo en mis ojos, capto- visión fotográfica-
el instante
en que tus dedos aprisionan el cepillo de nácar,
lo aproximas,
se hunde hasta el roce del cuero cabelludo
y de él
brota armónicamente la onda; entonces el mechón
- que es un
cachorro recién nacido- se deja acunar
por el
ritmo que traza la mano sobre ese territorio de caoba que es tu pelo.
Cuando
salga la luna yo captaré los brillos y serás para mí un faro,
el destello
que me indique el lugar de tu presencia;
llegará la
noche otra vez, cerrará tu puerta
con una
sonrisa amable y yo miraré hacia el cristal donde habitas,
esperando
que la danza de tus manos me regale de nuevo el haz,
la luz que
proyecte hacia mí el ademán innecesario de acicalarte.
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