Siempre que
me miras ves al otro que hay detrás de mí,
aquel que
vivió contigo la plenitud del tiempo,
los días
felices cuando el mar no era una lágrima
ni el sol
un fósforo húmedo, ni el amor un párpado
violentamente
roto.
Siempre que
te miro el futuro se ancla como un rubí
se ancla al
destello para no dejarlo morir,
aún vistes
de niña porque tu infancia se arropa en tu iris
bajo el
color verde de los sueños.
Si nos
miramos, en la penumbra de una habitación vacía
¿Qué vemos?
Yo veo la canción
que nos unió,
el sexo en
los hoteles de extrarradio
cuando solo
importaba el crepúsculo en sombras,
cuando las
noches tibias eran un cálido espejo
y el
perfume de los rosales era en tu piel una señal de furia.
Lo que tú
ves es la duda que en mis cejas brilló
como un
resplandor extraño,
ves la
pasión y el hambre del incauto,
ves la
ceniza que dejó un cigarro entre las sábanas,
ves al
ciego que no reconoce tu ansia,
ni aparta
de sí a las libélulas del silencio.
En nuestros
ojos hay témpanos y calor,
hay ortigas
y seda, hay mansedumbre
y, también,
el oscuro eco de las bestias
que habita en
la forma de la luz.
Déjame que
busque el alma de tu rostro,
no te
alejes de mí.
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