domingo, 27 de noviembre de 2022

Cartografía del tiempo ido

 

Era el tiempo de la flor bendecida, no de la raíz
ni de la piedra ni de los osos taciturnos.
Era el lugar de la música no oída, trasplantada a los horarios,
sublime como un jazmín de oro que no cesa de brillar.
Era la luz en las acequias cuando el agua muere en los bordes de la euforia,
era la sonrisa de la maga después de Rayuela, hay historias que son de fuego
y marcan la piel y marcan la noche de los proscritos.
Era el acantilado en un bosque y la ola en tus ojos de barca perdida,
eran los pájaros sin color bajo el ramaje de una tez de invierno,
eran las luces y su murmullo al andar las calles como dos sonámbulos
en un mapa sin abrir. Éramos la candela que imita al sol,
el refugio de las mariposas al morir la luz entre el humo y la ausencia,
eras la rosa melancólica, rubia como crin de león, áspera como la lija
que el amor desnuda para volverla seda y algodón, nieve en mi iris,
párpado sin gloria. Fuiste la nomenclatura de los ángeles,
el gong de la campana, el grito del célibe en el clímax del ardor,
la fruta de un árbol que recoges ausente como si debieras a la luz
el cansancio de estas horas que navegan entre arpegios, lluvia, palabras y sueño,
estas horas que no son de nadie, ni de dios son, qué se le va a hacer
si ya el día es tan solo un recuerdo.

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