He orado antes del amanecer tras la llamada del muecín.
A lo lejos los ángeles del infierno visten trajes de oro,
automóviles de cristal, aguardan. Mi Dios es simple,
pide amor, pide sacrificio, pide fuerza y destino.
Yo sé que hay una memoria común de palabras
que matan, la fe se adentra en los corazones
y ya no es posible un canto; la sangre, la pureza,
son el precio de la verdad, la rabia adolescente
hinca su aullido en el dolor. ¿Por qué el águila
vigila, escruta y después se lanza hacia la carne
de su presa, agota su existir hasta la muerte?
Crecimos con la oración del hambriento, en el libro
sagrado las almas son puras, un clamor de voces
se eleva desde el oriente, un aire de fuego sopla bajo
la piel de los rascacielos, en el silencio de los trenes
al alba, en las calles de fiesta, junto a la música
de los café-bar de moda. Prometo entregar mi vida a Dios,
me lavo con el agua bendecida por el ardor, un cinturón
de flores asesinas ciñe mi abdomen; moriré entre despojos,
gritos, pedazos de hombría cercenados, bebés que estallaron
en el vientre de sus madres, jóvenes sin niñez, niños sin juventud,
viejos ensordecidos, mudos, un coro de huríes me acompañará.
Por fin marcharé camino al paraíso.
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