domingo, 9 de enero de 2022

La luciérnaga y la música

Sello con escarcha mi voz, para no decir, ven.

 

La lluvia se ha roto en mil ojos azules,

en los cláxones aúlla un ruiseñor enjaulado.

 

Solo porque estuvieras aquí lamió el día a la noche,

a la aurora llegó el frenesí.

 

He vivido en los horóscopos,

fui un ángel sin alas bajo los soportales vacíos,

detrás del silencio la bujía de un farol se suicida

con destellos insomnes.

 

Hay cartas de navegación que mueren en tus labios,

existe un carámbano de cristal que se posa en tu lengua de ámbar.

 

Sin conocerte presentí un sol en tus zapatos,

una nube infantil en la redondez de tus nalgas,

el gorrión que se acuesta en el carmesí de tu boca.

 

Y es que todas las canciones vuelven a ti,

como un carnaval los versos que dicen frases absurdas,

letras vírgenes resuenan bajo los cimborrios ennegrecidos.

 

¡Ah! de tu aria sin voz, en las horas del arpegio levitas,

lejana, incólume, en un capullo de azar.

 

Compartir sin ti mis paseos bajo las columnas del agua,

huyendo de la policromía, de la piedra que llora,

con el calor de un vino agrio en las entrañas,

joven incauto traicionado por el artificio de la luz,

así descubre la vida sus misterios.

 

En el futuro, cuando me digas que en un sueño fuimos música,

yo recordaré aquel recital de un abril sin lluvia,

donde intuí el rastro de tu presencia como un rayo eléctrico en mi sien,

y es que ahora sé que eras tú aquella luciérnaga que, en la oscuridad, relucía;

aún no acabo de comprender cómo esa luz brotaba del confín de tus ojos.

 

 

 

 

 

 

 

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