miércoles, 19 de enero de 2022

La maldición del espantapájaros

Estabas en los trenes que perdí,
en el corazón triste de la abeja,
eras un azul en un rojo,
la pregunta que no hizo el apocalipsis.

Me mojaste con tu manantial de luz,
yacía el agua en mis pezones,
con sus gotas transparentes,
mágica sed del tiempo.

Entendí a la quimera de ojos glaucos,
sin color,
ajada como la desdicha que cae
desde el púlpito de la melancolía.

Y gemían las cánulas,
los borceguís del sastre,
las almenas del castillo,
el foso donde los cocodrilos duermen.

A menudo soy la hoz sin el centeno,
la vara que no mide,
el títere que atrae a las gaviotas
desde su estatura de paja.

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