viernes, 14 de enero de 2022

La pluma de ganso

"El único conocimiento verdadero es saber que no sabes nada"
Sócrates

Cae el invierno sobre la crepuscular Atenas,
los olivos, a lo lejos, en fila
como motas verdes que dan color a las colinas.

Una lluvia mansa rocía los tenderetes,
las flores, la cerámica del mercado.

Son solo palabras los sonidos, palabras que se encadenan
bajo los capiteles, bajo las cornisas, al abrigo del viento norte
que sacude, con levedad, las túnicas de los filósofos.

Suenan campanas, los trirremes parten de las aguas del Pireo,
jóvenes en grupos se arraciman en las gradas,
imparten su lección los doctos.

Las mujeres acarrean odres y alimentos, los infantes,
de sus manos, como dúctiles palomas novicias.

Viene de rezar en el templo de Atenea el anciano Sócrates,
figura oronda, rostro dulce, voz que recorre los entresijos
de la razón como un índice de partera.

Habla o inquiere, se desdobla en argumentos por nacer,
suspira, clama, interroga, descubre un pájaro escondido
detrás del palpitante gesto del sofista, brota entonces
el germen del vocablo, tal vez, sea justicia, bien, vida o felicidad.

Él dice que los dioses se manifiestan como un único dios que instruye el alma,
sí, un dios cálido que se entrega al ser profundo del hombre
y le da entendimiento, mesura y sentido.

Hoy, después de muchos años, Platón lo recuerda,
su pluma de ganso escribe diálogos oídos al maestro
sobre un pergamino sin uso.

"Oh! Critón, le debemos un gallo a Asclepio, no te olvides de pagarlo", eso dijo.

Al final el veneno apagó su lucidez, su bondad y su latir,
y ya solo fue un sol en la memoria del mundo.

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