Como bajo un árbol de navidad las cosas me iluminan.
Al despertar, en la cama que ya no es mía,
veo fotografías que contradicen a los relojes,
discos que escuché, sin parar, en los ochenta,
cuadros que hasta hoy eran, tan solo, un recuerdo,
adornos de cristal o de plata junto a volúmenes raídos,
el tocadiscos de caoba aún conserva el rasguño que le
hice,
en las baldas descansan mis lecturas de entonces,
las que un día amé como a novias adolescentes.
Pero hay también herramientas que aquí resultan extrañas,
un ordenador portátil, última generación, que no sé usar
correctamente,
el smartphone de quinientos euros que me compró mi
hijo, David.
Y esta paz que nos regala la luz primera,
luz de una claridad virgen, luz de los ángeles
que descorren las cortinas del alba,
luz sin los ecos de la luz
que viste de ámbar este espacio que me nombra,
a las siete de la mañana, cuando los corceles del
pasado
regresan con su galope de sueños y olvido.
Bajo las sábanas escucho su fragor, inefable.
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