Un patio que es piel negra.
La luz envuelve tu pañuelo,tu sombra y tu hombro liso.
Parpadea el músculo de la araña en el bies de la moldura,
como un vórtice ensimismado
mi habitación regresa al pliegue
sabe
que la dimensión desconocida es un reflejo de la luna.
El hombre calvo guarda un nido en la fotografía azul,
sospecho que los lirios no viven en fraguas de alambre,
al contrario, sus pólenes agitan la niñez
con el candor altivo de las mariposas.
Ahora solo hay una brasa,
redonda, mineral,
en el cigarrillo,
faro en la penumbra
que tú,
mi diosa,
acomodas al índice,
bajo la sonrisa torpe del anular enhiesto.
La lámpara cobriza, bruñida,
latente como un reloj roto, la araña de cristal
que no es un sol, que ironiza con su haz,
tímido,
insomne,
surreal
como la memoria de un astro en tu sien.
Si supieras que mil gusanos se arrastran ajenos a la nieve,
si conocieras la esfinge que late entre mis ojos,
si, al fin, la lluvia, rosa de agua, bautizara el perfil del dragón,
si esquifes en un mar violento amanecieran en tu iris,
si el saber que te has ido nombrara mi rostro con sílabas mudas,
entonces
no quedaría más que una máscara
en los metros cuadrados que somos,
después de vivir lo vivido,
después de morir en lo no muerto.
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