martes, 15 de diciembre de 2020

Topografía de cuerpo y alma

Hay un volcán sin ojos

que sufre en la llanura de mi esqueleto.

 

Palabras, dignos dardos de la sed,

palabras que absorben los mitos,

seda en los óvulos, balbuceos del ángel,

infante sin voz en el mediodía.

 

La esperanza y su sol de espinas,

así el alegre trino de la mandrágora,

pájaro cuya máscara es el muérdago de los columpios,

semen, fluido rojo

desde las amígdalas hasta la sima del ventrílocuo,

memoria del eco, corazón sin las estalactitas del tiempo

que repica en su catedral de tibias y fémures,

coxis blancos que sostienen la blandura de este cuerpo,

árbol de piel que absorbe el agua de los laberintos,

acequias del alma donde sueña el filántropo

y ruge la bestia del hombre joven,

explícito el néctar de su grito al albor,

en la mañana de los dioses

que golpean címbalos con sus dedos de oro.

 

¿Por qué el cuévano, cintura del molde

en que las espigas llamean bajo el ardor de la fuente niña,

en la rabia desdoblada de mil campanas

que frotan sus músculos de herrumbre

contra el trasluz de este crepúsculo anhelante?

 

Rosas en el vientre

y afuera, la virtud moribunda,

pensaré en un pozo de olas estériles,

pensaré que en los signos del espejo

la realidad es un pliegue de cera,

manos o sarmientos, cárceles inclinadas en corvas de espanto,

uñas hundidas en falanges que lloran, cardos en la frente, en el sexo,

cardumen abstracto de la edad, lava que corrompe la imagen

que conservo en un portal perdido de la infancia

donde brilla el ósculo prohibido, donde los ejércitos del sueño

vibran con estandartes de ceniza, donde hay un oasis de fantasía

y camellos que vuelan

y un rincón al que acudo cuando el insomnio,

la preocupación, la losa de la vida se aproximan a mí y me hieren.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario