domingo, 20 de diciembre de 2020

Cualquier estación llovía en nosotros

 A veces te dibujo para que no crezcas
y es tu sombra un collar de algas azules.

Veo ondas vespertinas en tu aliento,
busco palmeras sin un sur en tus labios ocres,
espero un sonido, débil, un maullido de flor,
una cicatriz en el viento,
rótulos en la sien de los transeúntes
que no pisan mi voz.

Existe un calendario en tu ombligo,
rompo los días y las noches,
maduro en los eclipses,
me acuesto bajo el rosal quemado por la luz,
escribo con nieve en los portales
para que la fugacidad reinvente el agua caída,
pienso en el color hermafrodita
-barniz salvaje de arcoíris-,
verano lumínico, otoño en el cristal,
histeria en el vientre de abril.

Cualquier estación llovía en nosotros
como un racimo de luces y paz
que ocultara su música,
un trampolín florido,
un carmesí en la rodilla que, indolente,
mostraras desnuda.

Dame tu mano, aprende a bailar con el deseo fugitivo,
después, arrímate a mi delgadez
y posa sobre mi pecho la furia del ardor,
la sed átona donde nadan los peces sin alma,
tú y yo, que ahora somos océano
en los más recónditos mundos del silencio.


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