Existíamos en una gota de agua sin frontera.
Fue un candil o un ojo que se abrió al futuro
con espadas libres que rasgaron la luz.
Un hombre amanece en la hospitalidad,
mira el perfil de otro país,
siente un aire distinto en su candidez,
absorbe el magma del tiempo
como un elixir.
Sabe que las alas del ángel son viajeras,
ha dormido en trenes azules,
conoce a todos los pájaros que viajan para no morir.
Tú, igual que yo, heredamos el surco, la muralla y el
eclipse.
Hasta el límite donde las mariposas se vuelven ciegas
todo es fluido, simpatía rota.
En qué calendario las cintas de acero,
el músculo de la raíz empezó a crecer.
Verano con nimbos y collares de lapislázuli,
agosto que roza tu vientre con la lluvia mágica del
mundo ensortijado,
día trece que viste de abalorios nuestra hambre,
horas sin murciélagos,
labios que nunca sacia la memoria,
voluntad de ser unicornios sin regreso
en el mapa del tesoro de la ficción hecha luz.
Y después la vida como un collar de dijes esculpidos
en ciudades sin primavera. Porque la primavera
va dentro, tu flor el estallido de columnas,
piedras, afluentes, océanos, plazas, adoquines seculares.
Y yo y tú, que caminamos bajo un sol de espinas,
oyendo vocales extrañas,
sin añorar nunca el nido madre
del que escapan los horarios de la costumbre
cuando la aventura es ciega
y el corazón una avispa
que sufre por no aguijonear lo ignoto.
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