viernes, 25 de diciembre de 2020

Salir al mundo

 Existíamos en una gota de agua sin frontera.

 

Fue un candil o un ojo que se abrió al futuro

con espadas libres que rasgaron la luz.

 

Un hombre amanece en la hospitalidad,

mira el perfil de otro país,

siente un aire distinto en su candidez,

absorbe el magma del tiempo

como un elixir.

 

Sabe que las alas del ángel son viajeras,

ha dormido en trenes azules,

conoce a todos los pájaros que viajan para no morir.

 

Tú, igual que yo, heredamos el surco, la muralla y el eclipse.

Hasta el límite donde las mariposas se vuelven ciegas

todo es fluido, simpatía rota.

 

En qué calendario las cintas de acero,

el músculo de la raíz empezó a crecer.

 

Verano con nimbos y collares de lapislázuli,

agosto que roza tu vientre con la lluvia mágica del mundo ensortijado,

día trece que viste de abalorios nuestra hambre,

horas sin murciélagos,

labios que nunca sacia la memoria,

voluntad de ser unicornios sin regreso

en el mapa del tesoro de la ficción hecha luz.

 

Y después la vida como un collar de dijes esculpidos

en ciudades sin primavera. Porque la primavera

va dentro, tu flor el estallido de columnas,

piedras, afluentes, océanos, plazas, adoquines seculares.

 

Y yo y tú, que caminamos bajo un sol de espinas,

oyendo vocales extrañas,

sin añorar nunca el nido madre

del que escapan los horarios de la costumbre

cuando la aventura es ciega

y el corazón una avispa

que sufre por no aguijonear lo ignoto.

 

 

 

 

 

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