sábado, 5 de diciembre de 2020

Los días del silencio

 

A mi padre, que fue un buen Juez.

 

Muchas veces me pregunté por su trasparencia

o si al pasar a mi lado

era su sombra quien hablaba conmigo

igual que una vieja amante.

 

Qué tiempos de andenes vacíos,

qué horizonte nuevo en la sonrisa,

qué barco sin costa,

infinito en la capa oscura del mar.

 

En la distancia Padre es un pedestal

que se mueve

de la alta efigie

al comedor de entrañables vivencias.

 

Él, hombre con los brazos en cruz,

con la sábana justa de los que cubren de verdad

las hojas manuscritas en un pergamino dorado.

 

Él, que busca la raíz del orgullo

y enmascara con voz de aljibe las mentiras del ruiseñor,

el enjambre de los coros que gritan.

 

Vi su letra perfilada como un navío

cuya popa recibe el aire fresco de la razón,

entendí porqué lo humano lleva en los ojos

la magnitud del oro, el resplandor del mito

y la natural querencia del justiciero.

 

Hablaba con el corazón blanco

como un proscrito

que antes de morir entrega su luz pura,

su linterna encendida.

 

No solo la probidad de un orden limpio,

también la filosofía que reluce en su escudo

eligió espadas de platino

con que rasgar la duda impronunciable.

 

Existía en los himnos y en los diplomas,

en las torres de jazmín,

en la metáfora de un dibujo de dictámenes azules.

 

Pero yo quería la carne,

los consejos del musgo,

la proximidad de dos cometas en la noche clara.

 

Se fue

no con la confidencia,

se fue detrás de un parágrafo que nada decía de él,

que escribía con letras de mármol una oración invisible

entre mis omoplatos vencidos por el silencio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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