Me cuesta entender la sinergia
de una fila interminable. 
No encaja mi sombra en el mapa de mi sombra 
y soy un pájaro en un hombre, 
un hombre en un pájaro. 
Mi reflejo huye como una vocal encinta, 
ni yo mismo escucho mi voz 
cuando le hablo a tus ojos 
y tú me miras con la incertidumbre vieja 
de dos constelaciones separadas. 
Si digo hoy 
me miento 
porque hablo con las cejas oscuras de mi padre, 
si pienso en la luz que vaga en el camastro 
donde el amor fue tu rostro 
mariposas del sueño me buscan 
para susurrarme el escondite 
que guarda tu misterio funámbulo, 
episodio repetido en las horas de mansedumbre, 
carcaj en la trastienda de mi ayer. 
Los que me ven ríen, 
a los que no me ven les recuerdo,
vagamente, 
a una huella perdida en el horizonte. 
Yo quería que la ciudad me reconociera, 
quería ser un parque con niños, una alameda, 
una plaza al sol, un rumor de olas
cuya sílaba invocara mi inicial, 
el nombre fluido que despide la luz. 
Cuando vacío nuestra cama, al amanecer, 
mi hueco me persigue y sé que para ti soy la ausencia,
una nube que escapara, insólita, 
hacia la bruma de los calendarios negros. 
Hay moldes de oro y figuras rotas, 
hay mil televisores cuya nitidez escapa a la razón, 
que no tienen memoria, 
porque la memoria es como una piel borrosa, 
un temblor abstracto de cometas que caen, 
una polvareda que no distingue al párpado de la
claridad, 
un arroyo turbio donde crecen las plantas múltiples 
que se confunden con el río, y son corriente, 
un desfile interminable de idénticos cuerpos.
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