Nació demasiadas veces para morir.
Incubó la luz y fue sombra, venció
los inviernos hasta el parto sorprendente
del azar. Allí trastabilló como una cría
que no sabe pronunciar su ansia. Fue
comunicación la atmósfera de un bar,
ilusión la rompiente que halla un cauce
en la mirada tras ese lupanar que es
la respuesta cuando la noche invita
a una querencia sin rostro. El después
no sigue la huella, remansa en la palidez
del desencuentro, escupe en el tazón
de la rutina los mensajes imberbes
de la espontaneidad. Y te das cuenta
de la mentira y de que el sueño
es un huracán al que sobrevivir,
la verdad un cúmulo de silencios
donde habita el oasis ambiguo
del tránsito y de la efímera luz.
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