Tal vez el aire rote como un misterio y la playa
pronuncie el estertor de la infantil argucia de querernos.
Dos pasos hacia atrás son el símbolo de mi nostalgia,
los cristales se arrojan a la luz, quizá la mancha del frenesí
o la paupérrima sombra que nos aleja estalle en el azul
como un vientre perfecto de melancolía y nieve. Es posible
que bulla el cansancio bajo el sicomoro que plantaste, también
que giren los enjambres dolientes por haber perdido un ayer
que se enroscaba como la infinitud en arabescos miopes.
Es nostalgia el tañido de la campana cuando los cuerpos
amagan, y es laúd el solsticio en que las alas encuentran
el río astuto donde quemarse a solas y no por ello
derivar en el afluente amigo. Al final son juegos sin alma,
caleidoscopios que susurran la edad, el ojo impertérrito
poblado de escamas en su océano de quietud y duermevela.
Quien roza el nombre de una estrella solo quiere un rostro
que se acerque, que parpadee en su mejilla, que llore
como una rama que no cesa de arrimarse al único silencio
que conoce; tan herido, tan tenue, tan en deriva sin pretérito,
condenado a una muerte sin memoria ni luces ni ansiedad,
en la estación donde los planetas eligen el círculo o la
llaga imberbe que nunca deja de supurar cantos de cigüeña.
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