Es la ciudad piedra de luz sobre la noche
invertebrada. Un curioso silencio escribe
en las bocas el sello de un compromiso,
vidas que nacen como flores extrañas,
pieles de seda, augurios de risa en un vaso
a medias. Yo no existo aquí, mi noviembre
caducó, mi latido se avejenta en los portales,
bulle en los claroscuros, toma la dirección
de la huida con dos retratos en el vientre.
Extiendo la alfombra deshilachada, vierto
el azúcar de los pronombres, el ser que se
apacigua con las sombras que le acompañan.
La soledad da un brinco y las aves del ayer
alzan sus picos como la mudez que estalla
en el músculo de los labios y niega el decir.
Te entrego, hijo, la aurora o la sangre, ese
otro yo que quisiera fueras tú, ese otro yo
que se refleja en ti como la ausencia que soy.
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