Hablará la marioneta que fui,
el rostro risueño que vence.
No el hoy que es máscara,
ni la huella sólida de la desmemoria,
tampoco el lastre de esos días de niebla,
sin corazón,
perdidos en el enjambre de la responsabilidad;
hablará el olvido con sus escamas verdes
y el aullido del verano
y los músculos del amor sobre la hierba fértil.
Callo con las moscas azules en mi vientre,
finjo el cariño de las ascuas
como un resplandor en la cueva del futuro.
Creo en las mariposas moribundas,
en la luz que se evade entre las grietas,
en el eco que resopla en un vendaval lejano.
Soy la lengua de un volcán perdido
en la añoranza de su fuego,
vivo como el alacrán bajo la losa demacrada
de un paraíso inmóvil.
¿Y tú, ya sin cuerpo, ni ojos
donde columpiar la vanidad verde
de tu juventud?
Ahora somos el reproche de las olas
cuando su fuerza es el candil
cada vez más herido.
Una lágrima en la virtud del mañana
y un duelo de ramas caídas
sobre una quimera imposible de reproducir
bajo el agrio eclipse de la edad.
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