El relámpago adentro existe. La noche
en el cubil es una cruz dorada. Otra vez
la palabra entre nosotros, el aire triste
de la luz en las copas sin alma, el esférico
jinete de la melodía inacabable cabalgando
elipses. Yo sé que vendrás con el mercurio
de la cintas al aire en un seno azul, sé que
arcángeles de cinabrio coronaran la entrada
de tus pasos lúdicos en la noche sutil. Aquí
te espero con la salmodia de un monje herido,
con las hélices de un tiovivo loco. Suena
la lágrima en la canción de los dioses -eterno
laúd de bienvenida- y surge el eco en la forma
de tus pies, en la virtud que te acompaña
al entretejer la serenidad de tu cuerpo con
el almizcle de mis venas. Solo el susurro
escribe rótulos de ámbar en el corazón
de un suspiro que nunca te nombra, que
jamás te siente partir ni olvida tu luz.
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