Fue el invierno mi isla de palmeras bajo la fiebre
de una lluvia sin retorno, el ciclo de los días está
quieto con su pétrea luz que desnuda el pacífico
edén del silencio, y tú que fuiste cuervo con el disfraz
oscuro de las mañanas al sol cuando el ansia era tricolor
y en los ventanales un nombre sin apellidos, un perfil
de columna oblonga, una dalia de vientre azul morían
entre el vaho que mi índice dibujó en la sed de un vidrio
humedecido por la escarcha, y en mi habitación las alas
de un papel escrito con la tinta del sueño, la caoba negra
que acaricié con el músculo triste que anunciaba la dura
inclemencia del fracaso, el metal sin óxido de la lentitud
con horas de alquitrán sobre las páginas en flor de un único
texto que repite en el trasluz las oraciones que la singladura
de un vocablo no reconoce al vaciar el oro de su alba en el surco
de unos labios febriles, y la llamada del frenesí, y la polifonía
de los arabescos, y la raíz que no fue árbol ni nació al aire
de abril como un desliz de la primavera, y la encendida
voz del trino en la fuente de aquel jardín que en tus ojos
nunca vi diluirse bajo la luz sin estrellas de la noche.
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