Te dibujé en el cristal húmedo porque conocía el perfil
de tu sombra en el mar, las líneas que en el trazo dejaban
un acento dulce como de trino-mujer.
El desafío de conocerte dejó su huella en la piel de mi índice,
su desnuda memoria en mi ansia, su cariz de flor recién nacida
en mis ojos que volaban a ti como pájaros que aprendieron
del olvido a ser niebla que ante el sol calla, que ante la luz gime.
Me regalaste, también, la voz del silencio, la fuente de una espuma infantil,
el ángulo irreal en que los vértices se unen, sin querer,
para formar las letras de mi nombre.
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