Ese escenario que en su ósmosis se reproduce en ti
con ensueño y a veces, con una fósil melancolía de paraísos rotos,
viene desde el norte de tu corazón y no sufre el duro impacto
que en las pupilas abiertas desnuda tu fe, agosta tu esperanza.
Son tus deseos al sol, de ángel o demonio, es el candil
que ilumina tu terquedad cuando el amanecer estalla
en olas fúnebres y el hoy anuncia lo improbable,
lo inusual, lo que llega así,
de pronto, sin avisar.
Pero al fin has encontrado una paz de lluvia alegre,
y en la hendidura de tus pestañas un oasis de flores
fluye por el jardín de tu sangre mientras arden la pasión
y el frenesí, la dulzura y el eclipse que ensombrece
los rayos puros que hieren el árbol donde tu sombra aún es azul,
como el mar o el cielo que contemplas
si abres los ojos al silencio del día,
o al cenit de una noche imaginada.
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