jueves, 9 de junio de 2022

Oda al sosiego

 

Es como la lenta caída de una gota desde los grifos del alma,
algo sabe de eso el caracol que dibuja sobre la tierra su infatigable
añoranza. También es la tranquilidad después del combate, la reflexión
en soledad del viajero, la quietud de un risco contra el viento, la ola
suave del mar en verano, la armonía de la luz y el cosmos en la habitación
clara. A veces se esconde, porque su timidez no le permite la furia,
ni el dolor, prefiere ser sombra de un árbol encendido, un pulso
que navega, sin misterio, bajo los truenos de la tempestad. Me habla
con palabras de monja, me acaricia el corazón con su seda dulce,
yo soñé que su abrazo infantil no mitiga el ardor, se retrae, se ofusca
ante la mirada fría del desdén. Quiero su latido limpio que transcurre
por mis arterias compungidas, quiero su océano calmo de jardines en flor,
quiero la pausa, el gorjeo de un pájaro feliz bajo mis sábanas,
la mansedumbre del felino saciado, el silencio que acompaña
a la vejez cuando, al fin descubro, que la noche es el revés del día,
que, imperturbable, es un adjetivo que me nombra, que la serenidad siempre
estuvo ahí, a la espera, como un mochuelo que atisbara el cansino fluir de los relojes.

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