Túmulo que
eleva sus pinceles para herir la lluvia,
un norte de
hornacinas y estatuas,
un martes de
sucesos y niebla vaga
por los
recovecos de las esquinas.
Ama del
pórtico su crisol de apóstoles en paz,
piedra lisa
como el tiempo, penumbra callada
y el oro de
la pátina, el olor áspero del incienso,
en la atmósfera
el sudor peregrino,
rezos de pábilos,
un misterio secular
bajo la fe
de las vírgenes,
la salmodia
del canto llega breve como un suspiro de dios
en los
corazones heridos por la duda.
Bajo el
ábside un murmullo ácido de colmena,
los dorados tras el altar fulgen como mariposas
ahítas de
resplandor vestidas por el sol de la tarde.
La música
de un réquiem humea noctámbula,
tus pasos son
como un ritmo de incógnitas,
mis latidos
no arrastran el cansancio de los espejos.
ni mis
manos sienten ya la carne que devora la luz.
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