sábado, 7 de mayo de 2022

La discoteca, Raquel y el frío

 

Tus abecedarios como un lenguaje que muere en los espejos.

 

Desde mi atril líquido, desde el perdido eje de la veleta,

junto al rumor de las voces que fingen ser voz,

a la hora dálmata del silencio cuando los colibrís trinan

y la huida es una alforja vieja que ya no guarda calor,

al salir al frío de los carámbanos como estatuas de enero,

desvestido de la palabra, en los ojos un parche de astucia

-dónde estás, Raquel, no me dejes ahora-  

con dos cálices de cristal arrojados al ayer del humo;

regreso con el sudor en las sienes y la palabra más dulce en los bolsillos

-la discoteca, sin cortinas ni arcángeles, rótulos de neón,

hormigas que visten satén rojo y carmín,

flujos de mar en su alfil más profundo-.

 

Hablo del eco de la música y el diálogo amable de los caídos,

hablo de unas medias ágiles que recorren un sueño.

 

A veces en la nuca de los tímidos crece un arroyo,

un beso sin nombre, una metáfora de alas blancas que no vuela.


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