No era la mano de Caspar Hauser en su cielo dorado.
Sí el reventar del hacha,
la maldición nacarada del cisne.
El tránsito acude a su hueco
y veo dormidas formas:
el esqueleto, los tubos,
los pigmentos sin edad de la niebla.
Sobre los tejados no amanecen relojes,
aunque títeres y saltimbanquis cubran la plaza
con su reír de noria.
Esta ciudad tuvo mercados, barro, puente y doctrinas,
también el eco de los sombreros que hablan
y la memoria inconexa del mundo futuro.
Yo sólo empiezo y nunca termino,
puedo escribir el mapa
o tal vez alumbre la manzana del rincón,
la casa sin duendes,
el hospital de las estatuas.
Ahora mira el estanque,
tus pasos me devuelven la luz,
sin navío, sin gárgola.
lunes, 30 de mayo de 2022
El paseante
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