lunes, 30 de mayo de 2022

Hojas caídas

 

El paisaje abruma porque es pasado, aire y cosas mías-adentro-,

un frenesí mudo que agarrota mis manos aferradas a un volante

sin historia. Pienso en el mercurio de tu voz, la mentira o el éxtasis

de una fiebre vocal en el delirio de la noche. Pienso en el jengibre,

en la hora en que la verde absenta acariciaba los labios, pienso

en la monotonía de unas clases que olvidé, pienso en el río

que atravesamos juntos hasta la canción del elegido- el trovador

muere siempre en las acequias-. Ahora estoy lejos del tiempo

y los cometas, marcha el auto sobre un espejismo de cristal

donde aún existes, es curioso que el paisaje que no conocimos

sea el espejo de la memoria, un dulce ardid para que tu voz

crezca desde el ayer. ¿Y si fuiste el tren y no el olvido, si fuiste

un sol negro de párpados azules, y si las ciudades, los versos,

el arte en las esquinas, el amor a la claridad, el perfil de la urbe,

los años parejos, la fiebre de los cines vacíos y las películas

incomprensibles, aún nos llaman, después del eterno ejército

de las coincidencias? Los veranos crecen en los púlpitos,

al atardecer, cuando las palomas se alejan. Me muerde

el vestido azul que roce con el dedo tímido de la esperanza,

a veces los pasos no son un eco, ni las palabras una razón,

solo cenizas que la luna escoge como máscara para iluminar

ese tiempo de alfiles encendidos, ese tiempo que se desnuda

y se entrega para no volver, hojas caídas en la ciudad de tus sueños.


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