El paisaje
abruma porque es pasado, aire y cosas mías-adentro-,
un frenesí
mudo que agarrota mis manos aferradas a un volante
sin historia.
Pienso en el mercurio de tu voz, la mentira o el éxtasis
de una
fiebre vocal en el delirio de la noche. Pienso en el jengibre,
en la hora
en que la verde absenta acariciaba los labios, pienso
en la
monotonía de unas clases que olvidé, pienso en el río
que atravesamos
juntos hasta la canción del elegido- el trovador
muere
siempre en las acequias-. Ahora estoy lejos del tiempo
y los
cometas, marcha el auto sobre un espejismo de cristal
donde aún
existes, es curioso que el paisaje que no conocimos
sea el
espejo de la memoria, un dulce ardid para que tu voz
crezca desde
el ayer. ¿Y si fuiste el tren y no el olvido, si fuiste
un sol
negro de párpados azules, y si las ciudades, los versos,
el arte en
las esquinas, el amor a la claridad, el perfil de la urbe,
los años
parejos, la fiebre de los cines vacíos y las películas
incomprensibles,
aún nos llaman, después del eterno ejército
de las coincidencias?
Los veranos crecen en los púlpitos,
al atardecer,
cuando las palomas se alejan. Me muerde
el vestido
azul que roce con el dedo tímido de la esperanza,
a veces los
pasos no son un eco, ni las palabras una razón,
solo
cenizas que la luna escoge como máscara para iluminar
ese tiempo
de alfiles encendidos, ese tiempo que se desnuda
y se entrega
para no volver, hojas caídas en la ciudad de tus sueños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario