Eres más que los olmos perdidos,
te cuida un halo de supervivencia,
hojas que abrigan tu desliz de vida
entre la simple permanencia de los horarios.
Lo comprendí en un gesto y en una palabra de pudor,
la razón sabe que hay laberintos por descubrir,
huellas enfebrecidas que permanecen
en la oscuridad del alma.
Salir a la pura inmediatez del día
-las copas de los árboles
son como pecas en el azul cósmico,
su verde de hojas pálidas al contraluz,
nubes sin palpar,
tapiz tan claro,
tan sol,
tan ojo zarco de la mañana-.
Me vi en el recuerdo:
voces de alcohol al morir la noche,
el susurro de tu boca como un suspiro de marionetas,
frases que el olvido entremezcla
con las misivas del suburbio
entre un mar negro y las risas del entreacto,
filigranas de humo en las gárgolas,
las calles sin ojos que abrir,
los sótanos exánimes tras la faz del deseo.
Y llega hasta mí la quietud con su incoherente súplica:
¿podrán
el resplandor,
la fragua, un océano virgen,
los ríos no descubiertos,
el frenesí de las abejas,
los hongos, el color de tus pupilas
dibujar
para mí
un refugio;
un ayer que sea para siempre
hoy,
un futuro donde no existan
las cartas
en blanco
del silencio?
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