Guardas en tu luna un collar de pantera.
Junco en un portal, ambigú sin horarios,
insomnio pintado en los ojos de la aurora.
¿Hay murciélagos allí donde un corazón
se vuelve niño? En lasitud la dormida fiebre
del joven (flota como un pájaro su ironía).
Ha extendido sus alas la vieja ardilla de la noche,
te busca con su rubor y su desliz. Ya solo ves
un labio carmesí en el silencio y un perfil que ondea,
baluarte del cristal, entre el licor de los sonámbulos.
Mi piel recibe el azúcar de tu boca, la palabra
entonces se desnuda con una voz anónima y suburbial.
Todos los lugares expresan la victoria del alud,
el claror del alba nos persigue como un sultán ciego.
Al dejarme finges que no volverás a verme.
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