Tuvieron edad e historias, confesiones, éxtasis de amor,
gritos, música, serenidad, sueños, paladar, convivencia
en los omoplatos. Vivir, aquí, donde se tejió el mundo
subterráneo de las voces no escuchadas, sentir
el silencio de la ausencia, los insectos vivaces
en su hogar recóndito, esconder en el tragaluz
la sonrisa del deseo, sombras cuya desnudez
elige a los cocodrilos del acuario. Aún resisten
los murmullos que violan la sed de las telarañas,
todavía el cigarro del ángel enrojece su ascua
bajo la piedad de la luna. Este sitio no es
tu madriguera, círculos de sudor y entretiempo
maquillados por una pátina azul -las polillas
inventan un edén, los tesoros que el niño escondió
no admiten mortaja-. Alcobas que ansían un desliz,
alféizares, paredes roídas por la luz, hemisferios de cristal,
hoy lacrados con un sello de aluminio y de fútil blancor.
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