martes, 26 de mayo de 2020

Las ratas

El mejor momento es la caída de la tarde.

Como vigías nos parapetamos detrás de una piedra,
“las ratas tienen costumbres, como los humanos,
lo leí en algún sitio”.

Eran las seis cuando vimos asomar entre las rocas
el primer cuerpo peludo, olfateando el aire,
la naricilla y los bigotes tensos.
¡Mírala! Al fin, se mostró, la primera,
y detrás la segunda.

¡Dos señoras ratas! - dijiste alborozado-.

En los días sucesivos volvieron a salir
-raudas, ágiles, atentas-
aproximadamente a la misma hora y en el mismo lugar.
Tú sonreías y les apuntabas con una carabina imaginaria.
“¿No crees que podríamos ponerles una trampa?”
-me atreví a sugerir-. "¡Oh, sí!,¿qué tal si untamos
con un poco de manteca las rocas más próximas?”
“¡Genial!”

En el atardecer del treinta de octubre de 1981
llegamos con nuestras escopetas
y unos restos de unto que extendimos, cuidadosamente,
alrededor del agujero por donde emergían las ratas.
“Bueno, vamos a escondernos”.

Ocultos permanecimos durante más de dos horas,
pero las ratas no acudieron.

“La vida es un puto misterio”- afirmaste-.
“No hay ningún misterio,
es tan solo el instinto de supervivencia”
-comenté yo-.

La caja de balines seguía intacta.

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