Traigo un haz de lluvia en las manos,
la pared es un vientre que reverbera,
el pino, sin labrar, luce muescas en su rostro.
El orgullo de la música se repite, incansable.
¿Podrás volar desde el dintel hasta la policromía
de las arañas de cristal cuyo vigor
es un faro en la noche? Nunca poblé
tu mesa, eras cisne de frente alta,
entre los dedos un ducados sin filtro,
intrépida amazona. ¡Qué liturgia
de susurros, qué aljibe de licor,
en qué vaso el espejo que no miras!
Una lengua de sed ciñe mis labios,
el ron es un amigo que no habla,
caballos al galope, en la clepsidra
gotea la luz de tu nombre. Yo pondré
la canción que tú esperas.
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