Aquí hay calidez y un círculo impar,
son familia estas pieles de unigénito símbolo,
la luz se superpone
como un coro amortiguado,
los pensamientos juegan
con episodios compartidos,
la telaraña de la vida
dibuja los mismos rostros
en un telar de aire.
Nos escuchamos al dormir
porque cualquier frase caída
engendra un eco de sombras.
La mirada recala en los espejos contraídos
-nunca muestran otra razón que la máscara,
nadie olvida la empatía de los apellidos lunares-
mil secretos rebullen en los soliloquios,
el carmín de las niñas se humedece
al contar con acento de urdimbre
los misterios sin voz
de la hermana.
En un día de fiesta
las inútiles verdades
murmuran en los bolsillos su oración de sábado,
sabemos que el salón familiar nos posee
con abalorios de plata,
mesas de caoba,
la retahíla innúmera
de las cosas múltiples.
Hay un juego de palabras sin vocales,
hay ojos que observan el cristal esmerilado,
se sienten los perros de la costumbre,
ladridos mudos, pájaros proscritos.
Somos entes que besan los minutos
y no besan los cuerpos,
somos
la estatura de un árbol al que le pesan los ríos de la lluvia,
una raíz agrietada bajo el foso de un hogar
donde nadan esqueletos.
Juntos cantamos en la medianoche
la canción de las mujeres sin patria;
hay dolor y agujas en las lágrimas,
al abrirse los relojes el grito de la carne nos une,
ese grito que solo conocen
los buitres
del ensueño.
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