Todas las casas forman el hueco donde vivo.
Aquí no hay paredes, ni habitaciones blancas,
tampoco abecedarios de amor
o simples historias de convivencia.
En los hogares que viví crece la escarcha del tiempo ido,
sus columnas hace un mundo que se ajaron por la luz,
conviven hoy con los murciélagos de la noche
y las arañas vespertinas del silencio.
Cuando recorro sus pasillos
mil voces llegan con su sed de hormigas
y su significado perdido
en la cruz indisoluble de un reloj.
Pero, me digo, que alguna vez habité las rodillas del crepúsculo,
dancé en las horas dulces de la luna,
conversé con la ceniza que deja el hombre tras un duelo,
amé los rincones comunes del desaliento, de la fe y la virtud.
Todas mis casas llevan escrito el códice amargo de los vientos sin alma,
se abren las ventanas hacia el oasis,
hablas tú y se incendia la verdad,
lloran las abejas en su hexágono esclavo
y un mar de vivencias se escapa como el río se escapa hacia el adiós.
Todas mis casas son un gong que me recuerda
el paso invencible de los pájaros,
su memoria en las estaciones,
el sentido de las horas que callan.
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