Era el tiempo de las aceras al sol,
el arbitrio de la luz en tus rodillas de arcángel.
Pronto comprendí que la pantera es la elegancia de lo oculto,
que las persianas cuando cubren de aventura tus ojos verdes
enmascaran los viernes que aún se entregan a la noche.
Dije: quizá esa otra vida de los cines una los hilos de dos almas viajeras.
Así empezó el volcán que suma pieles y humedad,
en los túmulos de bares oscuros la música entona himnos de añoranza
que tararean un adiós sin saber que son flores en la nieve.
Ese beso bajo el aura del farol,
la rabia del mar como un señuelo maldito.
Estábamos solos entre la gente
igual que árboles al borde de un precipicio imaginado,
sonaban cláxones o palabras sin voz,
tal vez los círculos de la manada hacia la guarida del éxtasis.
No importa si la vorágine nos niega,
el destino son los metros cuadrados de un piso
donde habitan mujeres vespertinas,
allí la razón de una cama escribirá en silencio
las letras invencibles del deseo.
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