La mujer china posó sus ojos sesgados en el perfil de mi vaso.
Yo dije un nombre y ella reconoció el código de las horas lúgubres.
Había un círculo de amigos que se contaban el hoy como si no hubiera mañana.
Había solitarios monigotes habitados por el vino, casi almas que una vez brillaron.
Todos los objetos se reconocen en un eco de luna. ¿Aprenderé yo a fingir
como soldado de la luz o seré memoria que día a día regresa al bar donde muero?
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