Hay demasiado aire, sí, demasiado aire.
Los sonidos son como un trueno de incansable luz.
La memoria revive en las paredes,
el eco de las palabras ejercita la tiranía de la comunicación,
un eje de hilos que se entrecruzan y escriben historias,
episodios innombrables, luciérnagas blancas.
Me escucho si abro los labios y un rumor amanece en mi paladar de isla.
Los pasos crujen en el piso de tablas mortecinas,
las voces aman el diálogo de la convivencia
y no dejan de ser un coro náufrago en la noche del tiempo.
¿Serán, así, los años del espacio libre,
la doblez de una sombra inoportuna
entre las horas que caen como pétalos duros?
Solo los dinosaurios conocen el escondite del jardín;
allí van mis ojos, mis iris viajeros hasta al confín del destierro,
hacia la música que invoca la razón del futuro
en mis azules calcetines, ya gastados.
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