En este instante, un pájaro vuela sobre ti, para
que al fin lo arrulles. El café duerme, tu sonrisa
es un mar difuso que acampa en el cristal.
Hay un color sin color que desconoces y un ritmo
suave de pianos adormecidos, sílabas
en el mantel, rojos estambres de amapola.
La noche vive entre los duendes del silencio
y una mirada cruje al bies del velador, vencida de luz.
Al tacto la piel sigue siendo la piel, aunque los carámbanos
de la edad hablen hoy sin pasado. El camarero
no sabe del mañana ni de la ausencia, solo escucha
las lágrimas de un reloj que escribe cada día su epitafio.
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