Antes de que mis ojos fueran pájaro
yo habité en tu nido frágil.
Tu pisada de ayer es mi pisada de hoy:
la magia de un film,
la ternura intempestiva de un mar sin nombre,
el haz de un faro
que te ilumina, igual que a mí.
Y los sueños en el mismo escaparate virgen,
el poso del café que desentrañamos juntos,
la ilusión fantasmal de un latido alegre
que no traicionó su sístole.
El fluir unívoco en la memoria de un río impredecible,
la mirada que deja de ser mirada
para ser un espejo común de alas que sucumben
a la vorágine de la juventud.
¿Juega, entonces, la luz con la luz
en los trenes que nos visten
con horas de penumbra
e insólitos encuentros de sinsabor?
Hay un tejido de niebla
que borra tu imagen del cristal
-aún no sabes que el carmín escribe razones de púrpura
en la ansiedad del deseo imberbe-.
Es pecado de inocencia el abrazo en las esquinas
que una vez viajó hacia la noche sutil.
Detrás de los velos te peinas,
tú y mi sombra en el ataúd de un reloj
que grita pasado como quien grita nube,
humo, aire o infinito.
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