domingo, 6 de mayo de 2018
Carta de nadie a Jean Baptiste Clamence
“Cuanto más me acuso, mayor derecho tengo a juzgarle.
Más aún: le provoco a que se juzgue usted mismo
(Jean Baptiste Clamence).”
La caída. Albert Camus.
Oh! señor, por qué no cesa de una vez la bruma,
sus palabras resbalan sobre mí como aceites negros.
¿Es, entonces usía, el héroe que amó la prístina virtud,
el excelso ejemplar que no sufre, la vocal en el discurso
que inflama los corazones necios? Si me dice que fue tan fácil
la singladura, que jamás los sentimientos encontraron
otro abrigo que el dulzor de su rostro, que la gloria
se encendía con la bondad acrisolada que tan eterna
brotaba de su ser, que los caballos salvajes bajo
su caricia leve al fin entendieron la parsimonia que nutre
de paz los silencios. ¿Cuál, entonces, el desamparo,
la huida y la noche? Usted me dice que es suficiente
la orilla de un mar de cristal, aquí en la llanura más llana,
entre los diques mudos, bajo la lluvia que moja los canales
de esta ciudad sin agosto. Deje que hable mi destino:
usted conoció la luz del triunfo, la vanagloria ambidextra
de todos los aplausos, el labio en su labio como flor de agradecimiento
y fatalidad. Bastó la risa para que un áspid royera la inmaculada
efigie de la virtud. Sí, somos iguales en la culpa sin disfraz;
cuesta aprender que la inocencia no existe entre los pámpanos
del día. Quien juzga no miente, solo vira el sentido del espejo
y se retrata. ¿No está hermoso el canal? En el bar espera
un desafío, alzaré mi copa con la suya, toda la fraternidad
se resume en dos caminos universales que, sin futuro,
repiten los ecos de una canción hostil.
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